Esta es la historia de un tal José Fernández; en verdad, no sé si era Fernández o Pérez, si era Martínez, si era Gómez o Sánchez o si le decían Pepe o lo llamaban Pocho. De todos modos eso no es importante hagamos de cuenta que se llamaba Gómez. José Fernández una vez tuvo un sueño, el Pocho Martínez era de los que soñaban. El Pepe Gómez siempre soñaba cosas: una vez soñó que se llamaba Fernández, también había soñado otras veces que su apellido era Sánchez y lo apodaban Pocho. Pero esta vez soñó algo muy diferente, José soñó que él mismo estaba soñando, y en ese sueño el Pocho Gómez soñaba que él estaba soñando que estaba soñando. Y en ese sexto sueño estaba incluído otro sueño más en el que Pepe Martínez, un sueño en el que el Pocho Pérez soñaba que estaba soñando que estaba teniendo un sueño. Vale decir que el sueño que tuvo Sánchez consistió en soñar que él estaba soñando que estaba soñando que estaba soñando que soñaba que soñaba que estaba soñando. Y todo así, siempre sucesivamente cada sueño abría las puertas del siguiente; como un espejo que refleja otro espejo, el Pepe soñó que él mismo estaba soñando. Pobre José, cuando quiso despertarse tenía unos cuantos sueños arriba suyo; cuando se despertó del último de ellos todavía estaba durmiendo en los anteriores. Cuando despertó del penúltimo sueño, le faltaban todos los sueños precedentes, y poco a poco iban pasando los años, José Sánchez se iba despertando de sus sueños. Pepe Fernández despertaba de a poco, el Pocho se iba despertando a sueño lento, y cuando pudo zafar del primer sueño, Martínez ya era un viejo muy viejo, reviejo. Por eso el Pepe entró de nuevo en el sueño; Don Pérez entró en un sueño muy profundo y se envolvió entre frazadas eternas: Martínez cayó en el sueño definitivo. Algunos dicen que cuando se hubo muerto, el pobre José soñaba que estaba vivo. Otros dicen que, cuando estiró la pata, el muy ingenuo soñó que estaba de rodillas.